El vacilar de la política
Que no nos pase el vacilar en la política. La política es un arte, y ese arte consiste en inventar, descubrir y maniobrar diferentes ideas de lados tradicionalmente opuestos para alcanzar el bienestar general.
Guillermo Bilancio es Consultor en Alta Dirección
Vivimos tiempos de transición y de gestación de un nuevo tiempo, donde la democracia toma diferentes sentidos y donde las ideas se tornan confusas.
El desgaste mediático de los términos como izquierda y derecha, han llevado a crear opciones que intentan ilusionar a una sociedad agotada de políticos que juegan a innovadores intentando crear nuevas corrientes carentes de contenido.
En sentido “weberiano”, derecha e izquierda son pares opuestos, como lo son la conservación y el cambio, el autoritarismo y la libertad, el gobierno y la oposición, la igualdad y la desigualdad, la tradición y la modernidad.
Más allá de las mezclas, siempre habrá una opción que está a la izquierda o a la derecha de otra, que represente progreso o atraso, que esté adelante o atrás.
En estos momentos de confusión hay que buscar claridad, y esa claridad está en definiciones que aún no encontramos, tal vez porque suenan a pertenecer a un lado o a otro.
Cuando Joe Biden proclama alza de impuestos, presencia del Estado en una ayuda inmensa a los necesitados, los republicanos lo etiquetan como socialista; y es cierto, ya que desde ese lugar la decisión representa socialismo. Pero desde otro lugar, plantea libertad económica y algunos dirán que sigue siendo capitalista, lo que también es cierto. Esa actitud aparentemente pendular, tiene un lado y otro según la situación y la interpretación.
Admiramos a los países nórdicos, que creen en el crecimiento empresarial como motor para el desarrollo, pero que también cuentan con un Estado protagonista y asistencialista. Los “Estados de bienestar”, en definitiva, son producto del pragmatismo.
Más allá de intentar poner rótulos “centristas” como socialdemocracia, democracia liberal con sentido social, capitalismo social, economía social de mercado, debemos rendirnos frente al pragmatismo.
Pero el pragmatismo no es el centro, porque no hay ideas “de centro”. Y el pragmatismo es inviable sin ideas, las que provienen de los lados opuestos aplicados a situaciones particulares, porque siempre va a existir la ideología en cada decisión política que conduce a alcanzar un modelo de país deseado, en que casi siempre se plantean las cuestiones clave que hacen al propósito superior: ¿Libertad? ¿Igualdad? ¿Desarrollo? ¿Bienestar?
Está claro que cada uno de estos conceptos tiene diferentes interpretaciones de acuerdo con la ideología con los que se analice, lo que determina las decisiones políticas posibles: ¿Competir o monopolizar? ¿Expandir o acumular? ¿Distribuir o concentrar?
¿Asistir o exigir?
Pragmatismo es integrar opciones de acuerdo con las circunstancias, lo que lleva a pensar la política en términos de razón con compasión.
Pragmatismo implica que un gobierno no se plantea el dilema de un Estado mas grande o más pequeño, sino que entiende que la razón de existir y el tamaño e injerencia del Estado es directamente proporcional a la falta de equidad social que impide la convivencia.
Pragmatismo es evitar la atrofia neuronal de los políticos que suponen la supremacía de una ideología por sobre la otra, sin darse cuenta que hay momentos e instancias que exigen plasticidad. Y el pragmatismo está sostenido en la plasticidad que permite la adaptación.
Sin caer en el discurso dependiente, afectivo, nacionalista y supuestamente protector del populismo, ni en el relato “cool” de un progresismo light, el pragmatismo se sostiene en un vínculo racional, funcional e inteligente con la sociedad. Pero desde ese lugar “puro” no se llega al poder, por eso los pragmáticos saben que deben transmitir algo de cada uno de los lados para convencer, y la oportunidad de aplicarlos para gobernar.
Parafraseando a Hegel en sus Escritos Políticos “cuando el cambio sobreviene en el mundo, la época de la tranquila sobriedad y la paciente sumisión es destruida, arrasada, porque la revolución es el vacilar las cosas”.
Que no nos pase el vacilar en la política. La política es un arte, y ese arte consiste en inventar, descubrir y maniobrar diferentes ideas de lados tradicionalmente opuestos para alcanzar el bienestar general. Declarar obsoletas las ideologías es ignorar que se gobierna con ideas y acción, y por eso hay que entenderlas como un medio y no como un fin.
No es abandonar ni traicionar principios, es tener principios para lograr lo deseado, porque no se puede traicionar el propósito. Eso es pragmatismo.