El diferendo Chile-Bolivia más allá de La Haya
"El conflicto chileno-boliviano no tiene solución mientras ambas clases políticas sigan atrincheradas en sus mediocridades chouvinistas".
Haroldo Dilla Alfonso es Doctor en Ciencias, investigador del Instituto de Estudios Internacionales (INTE) de la Universidad Arturo Prat.
Cuando escribo esto, aún el tribunal de La Haya no se ha pronunciado sobre la demanda boliviana respecto a su salida al mar. Pero no importa, pues cualquiera que sea la decisión, todos perdemos. La primera razón es que estamos en eso que los griegos llamaban una aporía, es decir, una situación sin salida. La segunda, que la situación se ha adocenado, aguijoneada por bajas pasiones, luces cortas, mentiras y semiverdades.
La clase política boliviana, en lo que al tema concierne, muestra todos los días su adocenamiento recalcando a su gente que son pobres en buena medida debido a la falta de costas; y en consecuencia que serían más prósperos si tuvieran un acceso soberano al mar. Y también lo hace la nuestra, cuando dice que los bolivianos son unos malagradecidos por no reconocer un tratado tan bueno como el de 1904, cuando perdieron 120 mil kilómetros cuadrados de un territorio repleto de salitre y cobre (y con ello la salida al mar) a cambio de unos millones de pesos/oro, un ferrocarril y acceso a dos puertos chilenos; o cuando afirman que Evo Morales se interesa por la salida al mar debido a su interés reeleccionista, con lo que demuestran que, en el mejor de los casos, nunca han leído la Constitución de Bolivia.
El conflicto chileno-boliviano no tiene solución mientras ambas clases políticas sigan atrincheradas en sus mediocridades chouvinistas. La aspiración boliviana de una salida soberana al mar –una costa con una bandera- no será posible porque la legislación chilena no lo autoriza, porque una mayoría de la población sigue un patrón nacionalista de conducta que haría terriblemente impopular cualquier cesión, y porque si algún resquicio quedaba, ya no existe debido a las impertinentes bravuconerías del presidente boliviano. Y Chile tendrá que seguir cargando con el costo político internacional de ser un país usurpador, que proclama sus obligaciones como virtudes y cuyo aparato de relaciones internacionales –no importa gobierne la derecha o la izquierda- parece empotrada en la época victoriana. Bolivia seguirá demandando su salida al mar –así lo prescribe su constitución – y Chile seguirá negándole ese derecho y proclamando una victoria final a la que parece acercarse de derrota en derrota.
La solución pasa por dos premisas. La primera es pensar que ninguna primera opción es posible, y que se necesita un escenario flexible en que todos estén dispuestos a entender las segundas mejores opciones de cada cual como las mejores para todos. Luego, dar un paso al frente, y colocar la solución más allá de las normas westfalianas que han regido el derecho internacional desde el siglo XVII. Es decir, pasar por encima de las aprensiones territoriales nacionalistas.
Hay muchas formas de hacerlo. Una de ellas está sobre el tapete desde hace décadas: Arica Trinacional.
Me detengo en ella: en términos funcionales, Arica es un puerto boliviano. El 80% de su carga es boliviana, unos 500 camiones diarios que bajan desde el puesto fronterizo de Chungará/Tambo Quemado, y que significan aproximadamente el 40% de las exportaciones de ese país. En realidad las miras bolivianas siempre han estado sobre Arica, pues este ha sido la salida histórica de sus mercancías al Pacífico, desde los lejanos tiempos en que los indígenas mitayos perforaban día a día el Cerro Rico de Potosí. El mismo Cerro que aparece tanto en el escudo boliviano como en el de Arica. Pero por razones geopolíticas, Chile nunca podría ceder un enclave costero a Bolivia en Arica, pues esta región perteneció a Perú y el acuerdo de paz de 1929 con este país lo prohíbe.
La única opción sería construir una zona portuaria de unos 10 kilómetros de largo en el mismo límite con Perú pero con soberanía trinacional compartida. Perú se beneficiaría al obtener acceso para su región sur a un puerto más moderno y con poderes soberanos sobre él (en la actualidad usa prerrogativas en el puerto de Arica) mientras que Bolivia ganaría lo que pide, en términos realistas y bajo garantía internacional, mediante un corredor suficiente para el paso de vehículos en ambas direcciones y sus servicios. Chile también ganaría, política y económicamente, y la ciudad de Arica (que seguiría siendo chilena) se libraría del ominoso puerto que secuestra su frente marino, y podría pasar a una transformación turística aprovechando sus riquezas paisajísticas e históricas, y sus relaciones con Tacna. Al mismo tiempo que el puerto trinacional pudiera ser acompañado de inversiones logísticas e industriales que respondieran al reto de los corredores binacionales.
No estoy seguro de que, en principio, el actual gobierno boliviano acepte una solución de esta naturaleza, ni siquiera que Perú esté de acuerdo. Pero la propuesta abriría una ventana en un cuarto lleno de humo, Y al final, la pelota estaría en el lado boliviano. No como hoy, cuando, dada la rigidez dogmática de Teatinos, la tenemos en nuestro campo. Como antes decía: de derrota en derrota.